lunes, 17 de octubre de 2016

"Agarra un jodío libro"



Leí a alguien en Twitter que se sentía aliviada porque aún no había leído a nadie que se hubiera indignado por el suceso con el maestro. Claro que nadie está indignado. Somos una sociedad enferma. Nietos de niños que en la escuela fueron arrodillados sobre montañas de arroz, hijos de niños que fueron golpeados con reglas de una yarda y luego tatuadas las nalgas con manos rojas. Somos los que fueron humillados frente a toda la clase, callados a gritos, los que temblamos en el asiento cuando volaban las cosas de un lado al otro del salón. Nos orinamos y nos cagamos encima, literalmente, del miedo. Nos halaron por las orejas, hicieron chistes sobre nosotros para que toda la clase se riera, nos llamaron brutos, nos pusieron contra la pared. Todo, supuestamente, para aprender. En tercer grado la mamá de una compañera de clase se reunió con mi maestra. “Yo te doy permiso para que la agarres por el pelo y la arrastres hasta el asiento.” No puedo explicar por qué jamás olvidé esas palabras. Quizás fue la manera tan normal y relajada en la que la mamá le pidió a mi maestra que abusara de una niña de ocho años, de su propia hija. Mi maestra fue sensata y jamás le puso un dedo encima. Somos una sociedad enferma. Internalizamos el abuso y la violencia. Lo normalizamos. Lo celebramos. Estamos orgullosos de los chancletazos y de los correazos. “A mi me jaltaron a bofetá cuando niño y mira que bien salí”, dicen en un intento de defender y racionalizar lo que no pudieron entender cuando lloraban de dolor, de miedo, de rabia. Para justificar por qué ahora, sus hijos también son víctimas del ciclo de violencia. Llega al siglo 21. Agarra un libro sobre maltrato emocional y físico. Agarra un libro sobre psicología. Agarra un libro sobre la salud y el desarrollo de los niños y jóvenes. Pero nadie quiere mirar porque todos sufrimos en silencio. Impotentes, sujetos a las figuras de autoridad. Vulnerables, niños, adolescentes. “Eso son blandenguerías, changuería…” ¿Por qué estamos tan empeñados en negar nuestra humanidad, nuestras emociones, nuestras necesidades? Somos rápidos para justificar la pérdida de paciencia porque todos crecimos embotellando mierda, porque todos explotamos a la menor provocación. Porque cuando estamos en una posición de poder, nos desquitamos. Pero, pobrecito el maestro, él solo trata de enseñar. A cojón, a las patadas, a los gritos, con intimidación, a los coñazos, con violencia. ¿Quién aprende así? El pueblo aplaude como focas en un parque. Recuerda que los chamaquitos de hoy día están cabrones. Ya no se puede bregar con ellos. “El chamaquito lo traía al palo.” Lo que necesitan es un guía, alguien que los inspire. Como mi profe Rodríguez, el que convertía la física en poesía. Sigamos. Mencionemos a sus padres, hay que repartir bien la culpa, que no se quede nadie. Pasamos la papa caliente. En mi gira por la isla, dando abrazos y charlas, estuve en muchas escuelas. Conocí a muchos niños y a muchos jóvenes. Yo también fui niña, yo también fui joven. Se me tiraban encima, me besaban, me regalaban notitas y cartulinas. Me pedían que no me fuera, que volviera, que estuviera presente el día de su graduación. Abrazos y no violencia. Yo les pedía que abrazaran a sus maestros. No le otorgo la culpa a nadie en particular, pues todos hemos sido criados en el mismo sistema. Solo me pregunto, ¿hasta cuando? ¿Hasta cuando Puerto Rico se va a negar a mirar hacia adentro?


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